La Expo 08 de Zaragoza va viento en popa a toda vela, o al menos eso nos cuentan, siempre y cuando no tengamos en cuenta sobrecostes, atentados ecológicos y otras menudencias.
Esta Expo va a generar un buen montón de superficie construida, parte de la cual ya tiene nombre y apellidos, como son el Pabellón-Puente que se quedará Ibercaja o la Torre del Agua que tan bien le vendrá a la CAI.
Ahora bien, haciendo un repaso de otros grandes eventos nos encontramos que, en demasiadas ocasiones, las costosas inversiones en edificios han quedado en nada. En masas de hormigón de precio desorbitado y estética cuestionable que al final han tenido un incierto destino o han terminado a manos de la piqueta, esgrimida por las propias empresas que las construyeron.
El ejemplo paradigmático de pésimo uso a posteriori de las infraestructuras es la Expo 92 de Sevilla. La existencia de los edificios que un día albergaron los pabellones fue de lo más peregrina. La mayoría de ellos terminaron directamente en la escombrera, incluyendo estructuras con materiales tan costosos como mármol, alabastro o maderas preciosas.
La superficie de la Expo albergó Isla Mágica, un fiasco en forma de parque temático. Más tarde durmió un sueño de años sin prácticamente uso y al final se optó por aprovechar una mínima parte de las estructuras construidas y 15 años después de la muestra por fin el área empieza a tener un uso continuado debido al parque industrial que se ha levantado en la zona.
Otros eventos, como las Olimpiadas de Barcelona, se han encontrado con que buena parte de los edificios e infraestructuras públicas han resultado ser poco operativas. De hecho, hace unos meses el Ayuntamiento de Barcelona se preguntaba qué hacer con el Estadio Olímpico de Montjuic, que cuesta al año millones de euros en mantenimiento y está totalmente infrautilizado.
Y en nuestra ciudad ¿Qué pasará tras la Expo?
Zaragoza por lo pronto se encuentra con una colección de fachadas en los pabellones, que quedarán fuera de lugar tras la celebración del evento y que terminarán derribadas. Estas fachadas no son calderilla. Han costado la friolera de 7 millones de euros y nada más concluir la muestra serán demolidas según fuentes de la propia sociedad Expoagua.
Otro tanto sucederá con la mayor parte de las áreas de restauración. Tras la Expo la gran mayoría de los chiringuitos de comida y bares no tendrán razón de ser y terminarán también por los suelos, aunque los precios de las consumiciones no lo estén tanto.
La guinda absurda la pondrá el teleférico de Aramón, si es que puede funcionar con el cierzo zaragozano, que está presupuestado en 10 millones de euros y que aún está pendiente de estudios de viabilidad para saber si se queda o no, aunque lo más probable es lo segundo.
En estos tres ejemplos vemos como se invierten recursos y se gasta energía para hacer y luego deshacer, a sabiendas de que lo que se construye es inútil. Algo totalmente incompatible con la sostenibilidad que quiere vender la Expo.
Por otro lado las instituciones públicas empiezan a dar ideas de qué hacer con los edificios que en teoría quedarán en manos del Estado, ante la perspectiva de que no se puedan vender cuando finalice por parte de las inmobiliarias encargadas del negociete.
Que si la Presidencia de la DGA, que si Cultura, que si otras instalaciones municipales o regionales. Instituciones que ya disponen de locales, pero algo que hay que hacer. ¿El qué? Reconstruir los edificios que no se puedan colocar, gastar dinero en habilitarlos y amueblarlos y luego confiar en que resulten útiles, o crearles la utilidad.
En el caso de otras construcciones como el acuario gigante quedan muchas preguntas en el aire. Nadie sabe muy bien cómo resultará sostenible del punto de vista energético ni económico, puesto que está obligado a mantener una climatización extrema para que sus infortunados habitantes no palmen, reproduciendo climas tropicales en el duro invierno zaragozano o enfriando la temperatura cuando en la solanera de Ranillas se alcancen los 40º a la sombra.
También será curioso ver qué se hará con otras instalaciones que despilfarran agua y energía como el canal de aguas bravas y no hablemos ya de los embarcaderos del Ebro y sus trayectos a 18 euros.
Y por supuesto no olvidamos la parte gorda del pastel: La superficie comercial y empresarial.
Hace ya años que se sabe que dos inmobiliarias van a encargarse de regalar parte de la inmensa inversión pública a la empresa privada que será la directa beneficiaria del futuro espacio destinado a parque empresarial. Tampoco faltará el templo de la civilización occidental: El centro comercial, que beneficiará de nuevo a las grandes corporaciones y en el que no faltan nombres como el grupo Nozar (Patrocinador de la Expo a través de Galerías Primero y Bodegas Enate), candidatos seguros al chollo.
En este panorama nos situamos como el anónimo preguntador del título ¿Qué hacemos señores de la Expo con toda esa montaña de hormigón? Si sale mal terminaremos teniendo un montón de carísimos escombros, aún asumiendo que el basurero será el destino inevitable de varias construcciones. Si sale bien no haremos sino regalar a la empresa privada una inversión pública, con todas las instalaciones listas para usar. Impresionante negocio para los ciudadanos de a pie.
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