Empresas, gobiernos y títeres del imperio:
Dejad que los pueblos decidan.
jueves 3 de marzo
20.00
Plaza de España, Zaragoza.
Convoca: Foro Palestina Libre de Zaragoza
Durante los últimos meses, los pueblos de un buen número de países nos vienen dando una lección de dignidad. Y muchos de ellos desde mucho antes. En palabras de una manifestante tunecina: “nosotros somos el pueblo, el pueblo que lucha es el pueblo”.
Está ocurriendo en muchos lugares y muy diferentes contextos, pero con un elemento común que acusa, como últimos responsables de la miseria, el abuso y la ausencia de derechos a las empresas y gobiernos de occidente: los Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Europea, que sólo saben preocuparse por los intereses de sus grandes mercaderes y resolver los problemas desplazando ejércitos, haciendo la guerra, cerrando fronteras y vendiendo armas. Da mucha vergüenza verles acusar a sus mejores alumnos de “dictadores” y de “crímenes contra la humanidad”, ahora que los muertos se cuentan por miles: ¡con la misma razón deberían acusarse a ellos mismos! Y no dirán que no se lo hemos recordado mil veces.
Con ese estilo despótico y esos métodos criminales hemos pasado décadas invadiendo, quitando y poniendo gobiernos, robando los recursos naturales a lo largo y ancho del planeta, haciendo amigos a los que abrazamos y declarando enemigos a los que apuntamos. Que nadie diga que se acaba de enterar. Os pedimos, por favor, por el respeto y el apoyo que merece tanta gente en tantos países, por el mínimo sentido de humanidad, aunque sea por vergüenza propia, que nadie lo vuelva a olvidar.
Nuestros gobiernos, que no sólo incluyen a la cúpula de políticos profesionales sino a los dueños de las grandes transnacionales, actúan así: a los amigos los eligen y entrenan según fluya el petróleo o sus empresas de armamento, constructoras o energéticas (que de nuestras no tienen nada) levanten edificios, carreteras, aeropuertos, estadios, trafiquen con armas, caven pozos o instalen tuberías. Entonces hablan de ellos como insignes demócratas o, en todo caso, los tratan como a títeres de los que más vale hablar poco mientras no hagan ruido; a los enemigos los señalan cuando no les dejan meter la nariz en cualquier negocio suculento: seguir robando petróleo, construyendo edificios de lujo o enriqueciendo su uranio. Por eso nos cuentan que unos son buenos y otros son malos.
Y ellos, por encima del bien y del mal, vigilan a sus millonarios y corruptos tutelados aunque, para eso, una inmensa mayoría de sus gentes hayan de vivir en la miseria y no les quede más opción que suicidarse ardiendo –desde aquí nuestro recuerdo para Mohamed Bouazizi, muerto en Túnez el 17 de diciembre de 2010, y a todas las personas que han dado la vida por su justa causa.
¿Acaso esperaban que esta barbaridad fuera a durar para siempre? La falta de escrúpulos y dignidad de nuestros gobiernos está fuera de toda duda. No olvidéis la súbita tartamudez de la ministra Trinidad Jiménez evitando nombrar al asesino Gadafi cuando inició la masacre contra el Pueblo Libio, aunque ahora ya no le quede más remedio que indignarse. O a Berlusconi protegiendo sus fronteras con el ejército. O a Sarkozy pidiendo una intervención militar en Túnez a comienzo de las revueltas. O a los militares egipcios decidiendo la estrategia, en Washington, con su papá estadounidense.
¿De verdad que podían ser tan estúpidos como para confiar eternamente en una “paz de las tumbas”? Por suerte, los pueblos de esos lugares nos están recordando que sin justicia no hay paz, aunque desde el poder se responda con guerra para mantener la injusticia. Así se defiende la democracia, y no asesinando civiles en Iraq, Afganistán o Palestina. Así sí se promueve el radicalismo, pero el democrático y no otro. Nos están recordando que es de justicia decir “basta ya”, y lo están haciendo con una dignidad a prueba de bombas –a prueba de las bombas, las balas, los tanques y los aviones que aquí se fabrican, suministran y cobran, a base de préstamos de ida y vuelta y con gran vocación de “ayudar al desarrollo”.
Como hemos empezado diciendo, se trata de diferentes lugares y situaciones. Más aún: ni siquiera puede limitarse el escenario a los países árabes. Es Túnez, Argelia, Libia, Jordania, Mauritania, Omán, Sudán, Yemen, Arabia Saudí, Líbano, Egipto, Siria, Bahrein, Palestina (ocupada y desangrada, siempre en el centro de todos ellos), pero también Marruecos, el Sáhara ocupado, Nigeria, Sudáfrica y tantos otros,… y es aquí también, sobretodo, donde a nosotros y nosotras nos toca repetir a nuestros gobiernos que así no nos representan, que son responsables de cada expolio y cómplices de cada genocidio. Que el colonialismo y sus invasiones son un crimen que debe extinguirse.
Este camino no acaba aquí ni ahora. El viaje no será corto ni fácil. Quizá no haya hecho más que empezar, así que empecemos a saludar el valor de quienes han decidido poner fin a la injusticia. Esto es lo que os proponemos:
– Empecemos a tomar nota de su ejemplo de dignidad.
– Prometamos que no les vamos a perder de vista.
– Practiquemos la solidaridad en su forma genuina: mostrándonos aquí, saliendo a la calle tantas veces como sea necesario, para reconocer su lucha como nuestra y viceversa, porque sólo así puede responderse a los crímenes globales de un poder con vocación global. La lucha contra el colonialismo, contra el saqueo y contra el crimen global es tarea de los pueblos sometidos. Los pueblos no estamos en guerra, es el imperialismo y sus gobiernos cómplices los que nos declaran una guerra permanente y cotidiana. Se trata de la vida de las personas contra las ansias económicas y militares de un gobierno mundial insostenible. A esa pelea estamos convocados todos los seres humanos.
– Exijamos democracia de verdad, libertad y paz con justicia para toda esa gente que lucha porque, como bien gritaba esa mujer tunecina (y tantas otras como ella, desconocidas pero compañeras para siempre):
Esa gente es la que dignifica y merece el nombre de PUEBLO.
Dejadles decidir en paz.
Dejadnos decidir en paz.
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